jueves, 30 de julio de 2009

Leer antes de leer. (Instrucciones de uso)

Para poder leer este blog en el orden adecuado, te recomiendo amiga/o lector, que arrastres la página hasta abajo del todo (a su pie) y allí pinches "entradas antiguas". Una vez allí, vuelve a arrastrar hasta el pie de página, y podrás comenzar a leer por entradas, teniendo en cuenta que cuando acabes una deberás arrastrar hacia arriba en busca de la siguiente. Cada entrada se corresponde con un capítulo.
El orden es el contrario a como aparecen el el blog, siendo el correcto:

1º. LA VÍA LÁCTEA
2º. DE MADRID AL CIELO
3º. TODO LO QUE BAJA, LUEGO SUBE
4º. EL REINO DE NAVARRA
5º. LA SANGRE DE LA TIERRA
6º. LA FAMILIA Y UNO MÁS
7º. TIERRA DE CAMPOS
8º. EL REINO DE LEÓN
9º. EL REENCUENTRO
10º. POR FIN GALICIA
11º. LAS CORREDOIRAS
12º. EL PAIS DEL AGUA
13º. AL FINAL DEL CAMINO
















13º. AL FINAL DEL CAMINO

Sábado 4 de julio de 2009. Última etapa. Nos quedan algo menos de 20 kilómetros para llegar a Santiago de Compostela. Decido ir solo, así que me retraso voluntariamente, voy con mucha calma, muchísima, quiero disfrutar de estos tramos finales, empaparme de aire húmedo y verde. Hay tanta gente caminando que es dificil encontrar un tramo en el que no te encuentres con nadie. Incluso veo a algunas personas llorando de emoción.


Debo estar muy cerca ya, porque los aviones pasan por encima de mi cabeza, es el aeropuerto de Lavacolla. En estas, sin darte cuenta llegas al Monte do Gozo, que inauguró el anterior Papa. Foto con monjitas y otros bicigrinos y cuesta abajo a entrar a Santiago. En un pis pas llegas a la Plaza del Obradoiro y a la Catedral.


Lo primero que hacemos es dirigirnos a la oficina del peregrino. Atamos las bicis dentro, en el interior del portal que tiene sitio para ello y nos ponemos a la cola que en esos momentos llega casi hasta la calle. Tendremos mas o menos una hora de espera. Cuando llegas al primer piso te situas ante el mostrador donde te preguntarán si el motivo de tu viaje es o no religioso. Dependiendo de tu respuesta te entregarán la llamada Compostelana o un certificado de haber concluído el Camino. La diferencia entre uno y otro es que aquella está en latín (incluído tu nombre) y ésta en simple castellano.

Si te da tiempo y quieres te vas a la misa de 12.00h. donde se citan a aquellos que han llegado ese día. Pero se cita origen y lugar en el que se ha empezado, no se nombra a nadie (ejemplo: han llegado tres de Madrid desde St. Jean Pie de Port en bicicleta, etc.). Si quieres ver el botafumeiro tienes que tragarte la misa porque hacia la mitad de la misma impiden el paso a la Catedral.

La bici la podeis dejar atada en el portal de la oficina del peregrino, pues no cierran hasta las nueve de la noche. Para todo aquel que no lo sepa, le informo de que existe un restaurante muy cercano, con gran fama: Casa Manolo. Es el lugar donde te puedes dar una buena comida a un precio como no encontrarás otro. Preguntad por él. No os defraudará.

Nosotros comimos los tres allí. Los tres que habíamos llegado a Santiago juntos: Javier, Rubén y yo. Me despedí de Rubén nada más comer y bajé con Javier al hotel donde me hospedaba a la espera de que llegaran mi mujer y mi hija con las que había quedado en Santiago. Javier me dijo que iría hasta Finisterre y a la vuelta volvería conmigo a Madrid, pero cuando le llamé para regresar resulta que ya estaba en Manzanares el Real, provincia de Madrid, su pueblo, del que tendría nostalgia.

Aqui acaba mi relato. Pero este no es un punto y final. Sólo es un punto y seguido. La experiencia del Camino es muy gratificante. Sigo pensando, como cuando empecé, que el Camino se va haciendo a medida que lo pisas o ruedas, que lo palpas o lo hueles, que lo sudas o lo dueles. Sea cual sea el motivo que te lleve, la sensación que te quede, seguro que no te defrauda.

Julio de 2009


12º. EL PAIS DEL AGUA

Hace un tiempo echaron por televisión un documental del naturalista Luis Miguel Dominguez, que trataba -creo recordar- sobre Vietnam. Lo más destacado de dicho reportaje eran las intensas lluvias que azotaban ese país del sudeste asiático, dando título al documental: El País del Agua.

Estamos en la península ibérica. Un lugar en el que lo que predomina no es precisamente un caudaloso régimen de lluvias, sino más bien lo contrario: la pertinaz sequía. Pero he aquí, que en este extremo noroeste de la piel de toro, podemos encontrar también un país de agua, me refiero ¡que duda cabe! a nuestra querida Galicia. Raro es aquel que no ha estado por estos lugares y no ha visto la lluvia. Claro está que no con la intensidad que lo puede hacer en la península de Camboya, pero aguas no le faltan.

Cuando salimos este 3 de julio de 2009 de Portomarín ya hemos desayunado. Empieza el Camino atravesando una pasarela sobre un afluente del río Miño y a continuación asciende una pronunciada cuesta durante varios kilómetros. La humedad es muy densa a estas horas tempranas en el valle y, a medida que ascendemos va desapareciendo.

Estas últimas etapas ya próximas a Santiago son de auténtica romería. Familias con niños, grupos de amigos, pelotones ciclistas, coches de apoyo. Aumenta la presencia de caminantes y disminuye la intimidad.

El paisaje tiene poca variación, pues estamos en la Galicia profunda: pacientes vacas sobre ondulados prados verdes a los que suceden colinas de verdes prados donde pacen vacas tranquilas. Este medio rural gallego es cierto que resulta atractivo para los que somos de la áspera Castilla, pero a la vez resulta monótono, por lo repetitivo del entorno. Ortega y Gasset decía del paisaje francés que de tan verde y tan suave le faltaba dramatismo. Es tan igual que algunas de las veces que ruedo cuesta abajo algo deprisa me salgo del camino y me meto en un corral.






En Melide compramos queso de tetilla, bebida isotónica y nos instalamos en un parque, primero para comer y apropiándonos después de tres bancos, dormir la preceptiva siesta hasta que las voces de un paisano nos sacan del profundo sueño.




Al poco comienza la lluvia. Empieza despacio, casi como una caricia, pero después se va enfadando y con violencia se interpone entre nosotros y el Camino, hasta tal punto que nos tenemos que cobijar bajo una ¿marquesina? de autobus. Nos queremos quedar en Santa Irene que dicen que tiene buen albergue, pero no quedan plazas. Probamos en Arca, algo más allá, y también está lleno el albergue. Se nota que es para todos la noche anterior a la última etapa, cuando ya se entra en Compostela, de la que nos separan unos escasos 20 kilómetros, que los alojamientos están llenos de gente ansiosa llegar a su destino . Al final encontramos sitio en una pensión, donde nos cocinaremos una buena fuente de espeguettis carbonara.



martes, 28 de julio de 2009

11º. LAS CORREDOIRAS

Hoy jueves hemos salido desde Laguna de Castilla, último pueblo de León antes de pasar a Galicia, de la que sólo le separan dos kilómetros. Ya frescos y descansados de la paliza de ayer nos vamos internando en el paisaje gallego.

Pasado O Cebreiro, vamos por la carretera y alguna vez intentamos coger el camino, que suele ir paralelo, pero no merece la pena, pues es agotador y discurre por los mismos parajes. Vamos entre aldeas compuestas de casonas de piedra, tejados de pizarra y prados verdes por donde mires. A veces el camino se interna por las corredoiras, que no son más que pasillos cubiertos de bosque donde la luz pasa tamizada, dandole al camino un aspecto mágico. A mí me traen a la memoria los ambientes de Wenceslao Fernández Flores, como el de "El bosque encantado", muy bien conseguido en la película del mismo nombre.



Y todo este paisaje no sólo se ve, se percibe en la piel la humedad que hay en el ambiente y el olor, ese olor a heno recien cortado que lo invade todo. Y las vacas, ¿que sería de la Galicia rural sin las vacas? sería como Jaen sin olivos, como La Rioja sin viñedos, como Madrid sin coches. Las vacas le dan esencia a estos lugares a la vez que dejan su rastro por cualquier camino por el que pasamos y que nos obliga a ir maniobrando si no queremos que las ruedas se emplasten de excrementos vacunos y nos salpiquen por todo el cuerpo.

El peregrino pensará que en O Cebreiro ha llegado a la cumbre de la Sierra do Rañadoiro y que, ahora todo es bajada. No se engañe, pues irá descubriendo que el camino continúa ascendiendo y que no se nivelará hasta llegar al Alto do Poio. Llagado a este punto podemos dar por zanjada la subida y comenzar a disfrutar una bajada interminable aunque no rápida. No se debe lanzar la bicicleta pues son muchos los caminantes que por aquí transitan y, porque toda la belleza del entorno ha de ser aprehendida con la calma necesaria.

En este punto perdimos a Rubén, ya que como iba el primero no esperó en el Alto y se lanzó carretera abajo. Nosotros elegimos el Camino pues a eso habíamos venido. A la entrada de Tricastela me paro a admirar un castaño centenario junto a una casa. Se me acerca un abuelete que se dedica a vender rústicas varas o bastones por él mismo talladas y empezando a contarme la historia del árbol en cuestión va pasando de un tema a otro sin solución de continuidad. Así me cuenta (nos cuenta pues Javi ya ha llegado y se ha situado a mi lado) historias de su familia, de cómo le afecta el Camino en cuanto a vecino del mismo, del tiempo, de los peregrinos que han pasado y qué se yo cuántas mas, hasta tal punto que me tiene sujeto con su mano impidiéndome seguir. Se ve que el buen hombre tenía ganas de hablar. Contrasta lo de este paisano con la actitud de la mayor parte de la gente del lugar con la que nos cruzamos que no se dignan en contestar a nuestro saludo, a no ser claro está, que vayas como cliente. Por fín conseguimos zafarnos del abuelo y nos buscamos un bareto donde desayunarnos con un buen bocata y una cerveza ¿o fueron dos?.






A la salida de Tricastela el Camino vuelve a desdoblarse. Te puedes ir por Samos y visitar el Monasterio o, puedes hacerlo por San Xil. Dicen que por este último lugar son más espectaculares los paisajes. Javi dice que vayamos por Samos y yo, que ya metí la pata en la subida a O Cebreiro, digo que vale. No se cómo será por San Xil pero por aquí es maravilloso. Discurre la mayor parte del Camino junto a al rio Sarriá que parece que te arrulla con sus aguas limpias.






El que no cantaba era el portero del Monasterio. Estaba el hombre dormitando en el zaguán cuando me asomo y me ve, invitándome a pasar, con esa gravedad que tienen los frailes ya entrados en edad y sobre todo en kilos. Me abre la sala-tienda contígua y me pone el sello en la credencial. Yo pensaba que este tio me iba a pedir que comprara algo o que diera limosna para algún fín eclesiástico, pero no, sólo me pregunta de dónde soy.

De Samos nos vamos a Sarriá ya por paisajes algo menos enigmáticos. Vamos a la oficina de turismo, que encontramos nada más entrar al pueblo y hablamos con la chica (en todas las oficinas de turismo en las que hemos pasado siempre había una chica así como en todas las iglesias siempre había un cura) que nos cuenta lo interesante del lugar. Después de esta ilustrativa charla le preguntamos por un lugar donde comer buen pulpo, pues creo que el aspecto gastronómico nos interesa por ahora más que el cultural y nos envía a una pulpería que está en la calle principal nada más pasar el rio, a mano izquierda.

Sentados en los bancos corridos de la pulpería nos ponemos ciegos de pulpo animado con buen vino y charla con los comensales que nos rodean, pues esto no es un restaurante donde te sientas en tu mesa y pides menú o carta. La pulpería consiste en largas mesas con bancos a ambos lados en los que se van sentando los que llegan a comer el único plato: pulpo a la feira (o feria si prefieres). Nos dice un paisano que con pulpo y con vino se anda el camino (se rueda pensamos nosotros) y que razón tenía: es el único día que no tenemos que echarnos la siesta después de comer y eso que hacía calor, que desde Sarriá sales subiendo una empinada cuesta y que ibamos bien de vino.

De aquí a Portomarín pocas novedades: verdes prados, muchas vacas y peregrinos que van en aumento a medida que te acercas a Santiago, otro pinchazo en mi rueda trasera y un par de peregrinas búlgaras que van con los pies destrozados.

En Portomarín se atraviesa el Miño, donde los chavales se bañan y piragüean en sus aguas. Nos dan unas ganas locas de bañarnos, pero hay que buscar el albergue. Nos vamos al Ferramenteiro que es algo caro, creo que 12 pavos, pero está muy bien cuidado. Ahora, otro que chapa a las diez, pero esta vez como hemos llegado más pronto nos da tiempo a poner una lavadora, una secadora, ducharnos e ir a cenar con tranquilidad. En la cena y en el bar que está frente a nosotros aparece Rubén. Mañana saldremos nuevamente juntos.

lunes, 27 de julio de 2009

10º. POR FIN GALICIA

Primero de julio de 2009. Hoy hemos empezado cuesta arriba desde Rabanal del Camino hacia la Cruz del Ferro pero, como hemos desayunado bien, vamos como motos. En la subida coincidimos con dos jubilados sevillanos pero afincados en Gerona con los que vamos charlando entre nubes de moscas que nos agobian. Resulta que estos dos ciclistas veteranos van sin equipaje porque el cuñado de uno de ellos lleva coche de apoyo y los espera en cada pueblo sentado comodamente acompañado de una cervecita y una tapa. Lo encontraremos en Ponferrada y en Villafranca del Bierzo y cuando nos ve siempre nos pregunta ¿como va mi cuñao?.


La Cruz del Ferro es un sitio enigmático del camino. Se trata de un madero de unos cinco metros en cuya parte más alta tiene una pequeña cruz (digo yo que será de hierro) de unos 50 cmts. El madero está sobre un montón de piedras como una pequeña colina y alrededor de las piedras te puedes encontrar todo tipo de objetos como llaveros, monedas, muñecos, papeles manuscritos, fotos, etc. Se dice que el peregrino ha de traer una piedra desde su lugar de origen hasta aquí, donde la arrojará, no se si para liberarse de algún tormento o en espera de cumplimiento de algún deseo. Yo creo que el que no coge la piedra de los alrededores, como mucho la trae desde Rabanal. Yo la cogí de la base del montón y la lanzé a lo alto (y era de buen tamaño), con lo cual no sé si seré premiado o castigado.






La bajada desde la Cruz de Hierro hasta Molinaseca se hace por la carretera para los que vamos en bici. Aquí se adormece el espiritu del Camino y renace el deportivo, pues la bajada es IMPRESIONANTE, pudiéndose coger alrededor de los 60 kms. por hora en algunas zonas. Esa velocidad para una bicicleta de montaña, es mucho, pero se disfruta porque la carretera apenas tiene tráfico.








Molinaseca es un pueblo muy bien cuidado, se van notando los aires de Galicia aunque aún estemos en el Bierzo. Merece la pena atravesar por su puente y cruzar el pueblo y, si es hora apropiada y el tiempo lo permite, un baño en las aguas limpias de su rio, apresadas a modo de piscina.


De aquí llegamos a Ponferrada, donde es imprescindible visitar el Castillo de los Templarios. Bueno, lo que se pueda visitar porque a nosotros nos dijeron que no se visita el interior. La chica de la oficina de turismo nos dijo que eran las fiestas de Ponferrada y, que el que quisiera se podría apuntar -previo pago de una buena cantidad de euros- a una cena que se hace en el Castillo, donde la gente va disfrazada de época (de la época medieval claro está). Nosotros más humildes y menos medievales, descabalgamos de nuestro caballo metálico y sentados en un parque nos dimos un festín de sandía, kiwis y plátanos. Eso sí, con las manos, igual que aquellos caballeros comían. Nos vamos de Ponferrada y a la salida nos encontramos con el cuñao y compañía sentados en una sombreada terraza saboreando unas cervecitas: ¡vosotros sí que sabeis!.


Entre viñedos llegamos a Villafranca después de pasar por Cacabelos donde Javi tuvo un repentino recuerdo de haber estado allí años atras. En Villafranca del Bierzo, -ahí está el cuñao sentado en la terracita del bar de la plaza: ¡hombre cuñao! ¿cómo va mi cuñao?, bien, va bien, vienen un poco más atrás- con un impresionante calor conseguimos comprar algo de pan, queso y bebidas justo a la hora que cerraban la tienda, y en un parque (creo que nunca he estado tanto tiempo en los parques desde que era joven) nos tumbamos, comemos, bebemos y dormimos.


Como éstos no se deciden y a mí me dan las prisas, les digo que yo voy tirando y ya nos vemos luego. A los cien metros pinchazo, vuelta al parque y risas. Reparación de pinchazo y por fín nos vamos los tres por la antigua nacional. Nos habían dicho que subieramos a O Cebreiro (la puerta de Galicia), por la antigua carretera nacional, pues el Camino resulta impracticable para las bicis y que, al haber construído la autovía, aquella apenas soporta tráfico. Tenemos la suerte de que ese día está cortado un tramo de autovía, asi que vamos como unos diez kilómetros entre camiones, furgones, furgonetas y coches.


A la altura de Vega de Valcarce, un paisano nos indica que vayamos por La Faba porque la distancia a O Cebreiro es menor que por la nacional. Mis compañeros opinan que sería bueno hacerle caso al señor, y yo, me encabezono y digo que a mí me ha dicho mi amigo Pakito que por la carretera nacional, y que yo me voy por ahí. Javi y Rubén me dejan por imposible y nos vamos los tres por donde yo digo. Tengo que reconocer que me equivoqué, como tantas otras veces, pues aunque la subida fué tranquila ya que el tráfico rodado volvió a la autovía, tuvimos que llegar casi exhaustos a Piedrafita do Cebreiro y desde aquí ya, sin apenas fuerzas y con el ánimo desencajado otros cinco o seis kilómetros hasta O Cebreiro, donde al llegar nos encontramos que no hay sitio en el albergue. Posteriormente he averiguado que la subida a O Cebreiro se hace por donde decía el paisano: desde Villafranca se va por la antigua carretera nacional que, en muchos tramos tiene carril para bicis, hasta Ruitelán. Desde aquí ya por el Camino, hasta la Faba y en este punto debe haber un cartel en el que indican una subida para los caminantes y otra para los bicigrinos.


Nosotros desde O Cebreiro tuvimos que retroceder dos kilómetros por el Camino hasta Laguna de Castilla donde encontramos alojamiento en un albergue privado magníficamente atendido por dos chicas, que dan un trato estupendo, un alojamiento muy limpio, nuevo y una buena comida.


Creo que este día fué uno de los más agotadores de todo el Camino, faltándome muy poco para que me hubiera dado una pájara (término ciclista con el que se designa un estado físico en el que te quedas absolutamente agotado).

domingo, 26 de julio de 2009

9º. EL REENCUENTRO

Deberían ser las ocho de la mañana cuando salí del albergue municipal de León para, cruzando el centro, ir buscando las flechas amarillas que me sacaran de la ciudad. La salida de León es caótica para los que vamos en bici, pues o vas por una estrecha acera molestando a los peatones o te metes en la carretera con un tráfico infernal.

En uno de los bares que me encuentro, de cuyo nombre no quiero acordarme, decido pasar y tomarme el anunciado "desayuno del peregrino: zumo de naranja, café y bollo: tres euros". Este establecimiento está atendido por dos chicas, una de ellas algo mona, más preocupada por estar atractiva que por atender correctamente, que se encarga de la cocina. La otra, menos agraciada físicamente, tiene que repetirle varias veces a "nancy" que prepare un desayuno, pues ésta se encuentra coqueteando con un cliente que acaba de entrar ¡a las 8,30 h. de la mañana!. Pues bien, una vez en la mesa el desayuno, voy con ganas a ingerir el zumo, cuando observo que algo pequeño pero no diminuto se revuelve entre el líquido y la pulpa tratando de salir a la superficie del jugoso nectar.

Cuando le digo a la camarera que hay un insecto (¿cucaracha?) en mi zumo, a la menos agraciada físicamente puesto que la otra parecía no estar en este mundo, con una gran sorpresa me responde que es la primera vez que le sucede. Y a mi también le contesto yo. Asi que se lleva el zumo fuera de mi vista y se adentra en la cocina, reino de la princesa "mevesguapa cariño". Como no me fio, le indico que lo deje para otra ocasión, que ya no me apetece, pero insiste en que me volverá a exprimir nuevas naranjas en otro vaso. Ante tal insistencia decido no calentar más la situación y haciendo un esfuerzo por no pensar me bebo el zumo de un tirón.

A la salida de León, el Camino se bifurca nuevamente, pudiendo el peregrino elegir entre el camino tradicional que va por Valverde de la Virgen y Villadangos, pero que transcurre junto a una infernal carretera o, coger la variante que por una tranquila carretera secundaria va desde La Virgen del Camino pasando por Chozas de abajo hasta reencontrarse con el anterior en Hospital de Orbigo. Como no encontré el camino alternativo seguí por la carretera nacional hasta que, harto ya de camiones y de coches, a la altura de San Miguel me desvié hasta Chozas de Arriba y desde aquí a Chozas de Abajo, encontrando por aquí una opción mucho más sosegada y acorde con lo que el Camino es, donde por fin pude digerir tan proteico desayuno.

En Hospital de Orbigo se encuentra una de las para mí, maravillas del camino: su puente, francamente impresionante, y bien conservado. Después de la foto de rigor, lo voy cruzando a pie pues así se disfruta mejor, y a la par mia, viene una peregrina con la que comienzo una animosa charla que durará hasta bastantes kilómetros más allá. Es Begoña, una chica de Portugalete que tiene una curiosa manera de hacer el camino: hace una etapa y retrocede para volver a avanzar desde un punto anterior, algo así como Tarantino hizo en su famosa Pulp Fiction.


Cuando llevamos un buen trecho caminado, oigo una voz que me llama a lo lejos y que de no haber ido acompañado hubiera creido que se trataba de un espejismo auditivo, dados los calores que del cielo se dejaban caer a esa hora del mediodía. Al poco llega mi amigo Javier, rodando detras de nosotros y gritando que ya sabía él que me volvería a encontrar. Saludos efusivos, le presento a Begoña y juntos que nos vamos los tres caminando hacia Astorga, como los personajes de Oz (león sin valor, hombre de hojalata y niña perdida) buscando como aquellos buscaban, y encontrando al fín fresca cerveza acompañada de suculenta tortilla de patatas.

Nos despedimos de Begoña que se vuelve a León y nos sentamos en un parque a comer fruta que previamente hemos comprado en un super. Begoña pasa en el Alsa y nos ve pero ya no estamos solos, somos otra vez tres, pues hemos recogido a Rubén, un chico de Burgos que rueda solo y que por lo visto se acaba de meter un cocido maragato que le ha causado una indigestión de tal grado que ha tenido que vomitarlo. ¡hay que ver cómo son estos de Burgos que no les vale con el queso y la morcilla!

Los pueblos que vienen a partir de Astorga tienen mucho encanto porque las casas están bastante bien conservadas. En general están formados por una calle con casas en ambos lados por la que el Camino atraviesa. Después me entero que uno de ellos "Santa Catalina de Somoza", es el pueblo del pescadero al que le compro el pescado en Madrid.

Y con estas llegamos a Rabanal del Camino donde puedo decir que lo mejor del pueblo no son sus casas, no son sus alrededores, no son sus restaurantes ni sus albergues no, lo mejor de Rabanal lo tiene Isabel, la hospitalera del Albergue del Pilar que años atrás anduvo por tierras mostoleñas. Yo recomiendo hacer parada en este lugar, igual que yo fuí por recomendación de mi amigo Pakito. No es que el albergue en general sea gran cosa, incluso anda un poco escaso de duchas y baños, pero es la personalidad y la humanidad de Isabel la que hace que merezca la pena conocer este lugar. No digo más, sobran las palabras, como seguro que sobra comida de los sencillos pero estupendos platos que os servirá en ese bonito patio.




miércoles, 22 de julio de 2009

8º. EL REINO DE LEÓN

29 de junio de 2009. Es lunes, pero podría ser cualquier otro día, porque al salir de la rutina diaria, los días se suceden indistintamente. Es algo más natural, puesto que la naturaleza no distingue lunes, martes o domingos. Uno se pierde en el medio que le rodea de tal manera que se despiertan los sentidos aletargados por lo cotidiano. Y digo esto porque, al salir esta mañana alrededor de las 7.30 h. la imagen que se extendía delante de mí, rebosaba en mi retina. La luz del alba iluminaba los campos oblicuamente de tal manera que entraba bajo las nubes y se asentaba en los dorados trigales, produciendo un efecto dificil de olvidar como de mil rayos de oro. A su vez, este marco incomparable era perfumado por las aliagas en flor, y el sonido de la mañana orquestado por diversos coros de aves y algún que otro solista era rasgado por el ruido que producían las ruedas de mi bici sobre el suelo.

Hoy voy a rodar pocos kilómetros, pues quiero llegar a medio día a León. Atravesaré tierras leonesas, surcadas por infinidad de canales y arroyos y alguna que otra laguna. En una de éstas me detengo y me apeo de la bicicleta aproximándome al borde. Cuando llego, todo queda en silencio pero, a medida que pasan los minutos la vida vuelve al bullicio de la charca, las ranas croan y las aves trinan y cómo no, las moscas zumban. Hace un día perfecto para rodar, ni sol ni lluvia. Creo que el clima me está compensando por los ataques de ayer.


En Sahagún me paro en el puente y foto de rigor. A partir de aquí, el Camino se bifurca pudiendo recorrerse por la Vía Trajana, más al norte o por el Camino Francés. Decido no aventurarme y continuar por éste último. El Camino discurre junto a una carretera por la que apenas pasa algún que otro tractor, lo cual alivia el rodar y también el caminar supongo, pues más de un caminante prefiere el asfalto a la tierra del camino. En el Burgo Ranero me detengo de un frenazo en seco al pasar junto a su iglesia en la que están colocando el pendón para las fiestas y muy amablemente una chica me pone el sello en la credencial y me indica que falta poco para Mansilla y que el Camino es fácil.

Ya en Mansilla de las Mulas (yo creo que ya no debe quedar ninguna de éstas) ha salido el sol y empieza a calentar de lo lindo. Compro algo de fruta y unos orejones en una tienda de la plaza y entro en una ferretería próxima que parece haberse quedado en el siglo XIX por el local y por el género, donde compro una navajilla, instrumento muy útil para el peregrino y con esto me acerco a la orilla del río Esla, donde a la vera de su caudaloso cauce me distraigo con sus remolinos mientras me avituallo.


Sobre las dos de la tarde llego a León. Han debido de cambiar el itinerario de entrada, pues me habían informado que se entraba por el arcen de la autovía, pero me han desviado hacia un alto y desde aquí, por una trialera (término éste del mountain bike que no es otra cosa que un sendero con firme irregular y en pronunciada cuesta) entro campante en León. Me encuentro a la entrada con una oficina de turismo en la que me advierten de que existen dos albergues: el de las monjas junto a la Catedral donde se paga la voluntad y se chapa a las diez o el municipal de seis euretes si mal no recuerdo, pero sin hora de regresar. No me cuesta ningún esfuerzo decidirme y tiro derecho al laico. En el albergue hay un comedor donde me doy un festín de gazpacho en tetra brik y bocadillo de chicharrones que había comprado en un super cercano. Lo peor es que en el albergue no venden alcohol y como no me había comprado cerveza pues, aguita que es sano.

Cuando me voy a dar una vuelta por León me encuentro una tienda de bicis y como llevo la rueda trasera descentrada, la dejo para que me la reparen.

Yo conocía León por haber hecho la mili aquí hace ya 25 años y tenía muchas ganas de volver a pasear por sus calles, de las que muchas tenía recuerdos, sobre todo las calles del Húmedo, el barrio de las tapas (no entiendo el porqué del nombre) y las avenidas de Papalaguinda y de Ordoño. Paseo y paseo hasta que me harto, me meto en una pizzeria y me como una pizza de gran tamaño, con lo cual doy por concluída mi visita y me voy a dormir.

Ha sido mi segundo día en solitario pero me hubiera gustado estar acompañado en León porque parece que en las ciudades no se lleva bien la soledad. No ocurre lo mismo cuando vas en bici por esos campos que atraviesa el Camino.